Clara Campoamor y su “pecado” necesario

Una luchadora indispensable en la Historia de España

Rosa Campos Gómez

Fue transformadora social y nos dio motivos para apreciar la verdad del patriotismo, para saber de qué aspiraciones, hechos y logros somos herederos y herederas. Lo demostró sin ambages con su torrencial desarrollo de trabajo en defensa de la igualdad, desde el humanismo. Consiguió poner a la política, y por ende a la ciudadanía española, a la vanguardia europea en algunas cuestiones necesarias. Modernizó a la sociedad como las feministas saben hacerlo, desde la palabra y el conocimiento, con tenacidad, esmero, esfuerzo y confianza en defensa de lo mejor, sin batallas sangrientas. Amparada por muchas feministas, en última estancia lo consiguió ella, seguida por 160 hombres que el 1 de octubre del 31 creyeron en su proyecto, cuyo el beneficio fue ingente, más allá de que luego lo anularan durante cuarenta años, y de que no la recordaran cuando su texto íntegro se retomó para incorporarlo a la Constitución del 78.

Ella es Clara Campoamor, pionera en muchas áreas, cuya trayectoria vital y política es merecedora de admiración, respeto y agradecimiento, como ya sabemos y podemos ver en estas pinceladas, bastante escuetas si se tiene en cuenta todo lo que cabría:

Nació el 12 de febrero de 1888 en Madrid. Hija de Pilar Rodríguez, modista, y de Manuel Campoamor, contable en un periódico. Tras terminar los estudios básicos, con 12 años, se tuvo que poner a trabajar en el taller de costura que su madre había levantado en casa para sacar adelante a la familia tras la muerte de su marido. Desde los 15 a los 20 años trabajó como dependienta en una tienda del barrio, y en su tiempo libre, leía y soñaba, diseñando futuros atrevidos, vetados para la mayoría de mujeres, especialmente si venían de origen humilde, que la indujeron a considerar que no era tarde para retomar los estudios. Concepción Arenal, su gran referente, la inspiraba desde sus textos, especialmente a través de su ensayo La mujer del porvenir.

En 1909 obtuvo plaza de funcionaria del Estado como telegrafista. Trabajó unos meses en Zaragoza y después en San Sebastián, estancia esta que se la haría inolvidable, allí perfeccionó un francés que le serviría años después para traducir libros en la editorial Calpe. No dejó de formarse, consiguiendo plaza en 1914 como profesora de Taquigrafía y Mecanografía en la Escuela de Adultos de Madrid, donde transmitió a sus alumnas la importancia del esfuerzo y del amor propio para obtener sus objetivos. Cobraba como profesora 1.500 pesetas anuales, muy poco para poder mantenerse, por lo que combinó su trabajo con el de traductora de libros, y con artículos para periódicos.

En 1917 se hizo socia del Ateneo de Madrid. Allí asistía, rebosante de curiosidad y gozo, a tertulias y a los cursos y conferencias que se impartían. Cuando comprendió que el no tener estudios superiores le cerraba puertas para llegar a más gente en la defensa de sus ideas humanistas inició el Bachillerato, tenía entonces 32 años. Después se matriculó en Derecho. Licenciada como abogada en 1924, es admitida en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Ingresa en el Colegio de Abogados.

Defendió casos relevantes, su buen hacer facilitaba su reconocimiento y reclamo. Apoyó a asociaciones de mujeres, cuya actividad era un hervidero de encuentros y manifestaciones. Fue consciente de que para transformar la sociedad en una más justa y equitativa tenía que entrar en el Parlamento, cuestión inalcanzable hasta entonces, no obstante, era algo que podría caber dentro de lo posible para una mente liberal, progresista y audaz como la suya.

Campoamor se unió a la Agrupación de Acción Republicana donde estaba Manuel Azaña y trató de aportar toda la colaboración de la que era capaz, pero se dio cuenta de que a ella no la querían en las listas que preparaban para las elecciones que se avecinaban. Como intuía que solo siendo diputada podía ser fuerza de transformación o al menos intentarlo desde primera línea, se pasó al Partido Republicano Radical en 1931, que le dio cabida en su lista para las elecciones generales de ese año. Fue elegida diputada y posteriormente designada para formar parte de la comisión que elaboró el proyecto de Constitución de la nueva república.

El que tanto ella como Victoria Kent fueran las primeras diputadas de nuestra historia en el Parlamento entre los 470 diputados que lo componían, se debió a que se admitió en ese tiempo inicial de la II República que las mujeres también podían formar parte, pero solo como elegibles, no como electoras, y el que pudieran serlo es lo que defendió: el derecho al voto femenino para todas las mujeres y a la misma edad que los hombres. Kent pidió que su legalización se aplazara hasta que adquirieran un criterio más independiente y no de subordinación al marido y a la Iglesia, postura que sumaba muchos adeptos. Campoamor, argumentó que los mismos que transmitían esa subordinación estaban allí sentados, y si podían ser parlamentarios, ¿por qué ellas no? Defendió la capacidad de criterio de las mujeres y el derecho a ser tratadas como iguales con el convencimiento y rigor que ella sabía exponer. Su poderoso discurso le dio la mayoría al sufragio universal (Sí: 161-No: 121). De su partido solo un compañero se sumó al sí.

A la salida del hemiciclo recibió algunas felicitaciones de diputados, pero también descalificaciones de otros, que no cejaron en posteriores debates en los que era interrumpida constantemente. Y mientras aquí recibía ese trato vejatorio, en el extranjero se la reconocía y admiraba, un ejemplo de ello lo tenemos en la prensa francesa, que se hacía eco de ese enorme avance social que ponía a la constitución española y a su diputada como ejemplo de progreso en igualdad -el derecho al voto para las mujeres no llegaría a Francia hasta 1944-.

Clara introdujo cambios importantes en la Constitución de la II República: igualdad jurídica para los hijos habidos dentro y fuera del matrimonio, abolición de la prostitución y de la pena de muerte -vigente solo para el código militar y de guerra-, el derecho al divorcio, la no discriminación por razón de sexo y el sufragio universal.

Las mujeres pudieron votar por primera vez en España en 1933, aunque ella no consiguió escaño. El logro del voto femenino fue el pecado capital que quisieron cargarle, y lo consiguieron, desde entonces ocurrieron muchas cosas que iban acumulando tristeza y desengaño en esta gran política y jurista, aun así siguió trabajando y considerándose útil para el ejercicio político, ofreciéndose para ello y recibiendo rechazo.

El golpe de Estado de julio de 1936 y la guerra civil la llevaron al exilio. Encontró refugio en Suiza y en Argentina. No dejó de escribir y de defender el feminismo. Volvió a España en varias ocasiones, anhelaba quedarse, pero la dictadura franquista la esperaba para ser juzgada por masona y para que adjurara de toda su vida anterior, y eso nunca lo haría, ¿cómo iba a negar lo que había sido, todo aquello por lo que había luchado?

Murió en Lausana, Suiza, el 30 de abril de 1972. Ella quería que sus cenizas reposaran en San Sebastián, la ciudad donde había sido tan feliz en su juventud con su primer trabajo, y ahí descansan.

Campoamor trabajó para que tuviéramos ese poder que otorga un voto, de él derivará la calidad de nuestra vida en sociedad. Escribió Hannah Arendt sobre la importancia del “derecho a tener derechos”, y la política está para conseguir y defender esos derechos que nos humanizan, que quieren la igualdad entre hombres y mujeres, que no marginan. La política y las personas que la ejecutan desde la ética necesitan nuestro respeto y apoyo, exigiéndoles verdad, compromiso y acción siempre que haga falta. Con nuestro voto podemos cultivar el terreno más propicio en el que cuidarnos y cuidar de la naturaleza, para ser libres, porque como dijo la propia Clara Campoamor: “Y a la libertad, y no a sus ficciones, habrá que llegar”; ella sabía que ser libres es ser responsables, y que es un camino abierto.

*El voto femenino y yo: mi pecado mortal. Clara Campoamor (1936).